La primera vez que conocí al novio de mi mejor amiga, él fue grosero conmigo.
Claro, Gabriel Francis era todo pómulos y cabello despeinado, con una voz que cautivaba a las mujeres e incitaba guerras de ofertas con las discográficas. Una gota de luz pura en un mar de grunge. El alma de un poeta romántico.
Pero nada de eso me convenció.
No confiaba en las estrellas de rock.
Además, él estaba fuera de mi alcance.
Pero a medida que Annika se encaprichaba más y nos veíamos obligados a pasar más tiempo juntos, yo también me enamoré de Gabriel.
Se forjó una amistad y nos convertimos en musas el uno del otro.
Mi arte. Su música. Una colaboración artística, nada más.
Hasta que escuché la letra de su nueva canción. Tan inquietantemente familiar. Y así, mis sueños se hicieron añicos. El destino me había jugado una mala pasada, e hice todo lo posible por olvidarlo.
Aun así, no pude evitar preguntarme: ¿Cuánto arriesgarías por un amor único en la vida?
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