Con un papel principal en una exitosa serie de televisión y una relación con el último galán de Hollywood, Meg Bryan parece tener todo lo que siempre quiso. Pero debajo de las capas de maquillaje y laca, su felicidad es tan falsa como su nombre artístico, Lana Lord. Tras una pequeña crisis nerviosa en su fiesta de cumpleaños número treinta, reserva un viaje improvisado a un lugar donde sabe que la hierba es más verde: Irlanda. Específicamente, el pintoresco pueblito donde ella y su mejor amiga Aimee siempre soñaron con mudarse, un sueño que se desmoronó cuando un accidente se llevó la vida de Aimee hace una década.
Cuando Meg llega, la gente del pueblo es muy amable, tratándola no como una extraña, sino como una amiga. Excepto por el camarero (extremadamente atractivo) que la ignora. Meg lo atribuye todo al desfase horario hasta que se mira en el espejo. Su cabello ya no está decolorado ni un ápice, su piel tiene algunas líneas finas naturales y su nariz parece... bueno, su nariz de siempre. Su nariz de verdad.
Su teléfono revela cientos de fotos de su vida en este pueblito: con un perro adorable que no conoce; con el camarero que podría ser su (¿ex?) novio; y en un trabajo en una tienda minorista sin relación con la actuación. Finalmente, acepta que, de alguna manera, se ha deslizado cuánticamente hacia una versión alternativa de su vida. ¿Pero la revelación más impactante de todas? En esta vida, su mejor amiga Aimee está vivita y coleando... pero no quiere saber nada de Meg.
A pesar de su desconcierto, Meg tiene una cosa clara: esta es una oportunidad única para reconectar con su amiga y reparar lo que rompió. Consigue una oportunidad para actuar en la obra que Aimee está escribiendo y dirigiendo, y a medida que el proyecto avanza, Meg se da cuenta de que los eventos tal como los recuerda pueden no ser la única verdad, y que una decisión imposible se cierne ante ella.
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